Una de las creaciones más maravillosas del universo: el cerebro, no es precisamente algo bonito cuando podemos observarlo en vivo y en directo, es una masa gelatinosa rodeada por un líquido denominado cefalorraquídeo cuya función principal es sostenerlo y protegerlo y cuando se le extrae, se observa un tejido de color gris rosáceo.
Este tejido está compuesto por millones de células nerviosas que se conectan formando las redes que controlan todas las funciones de la mente.
Si tuvieras oportunidad de estar presente en una clase de anatomía cerebral, verías claramente que el cerebro está dividido en dos partes, que se denominan hemisferio izquierdo y hemisferio derecho, unidas por una estructura que se conoce como cuerpo calloso.
El cuerpo calloso actúa como un puente de comunicación entre ambos hemisferios: es imprescindible para que la información del hemisferio izquierdo pueda ser utilizada por el derecho, y viceversa. La superficie de ambos hemisferios está cubierta por la corteza cerebral, que es una pequeña capa que promedia los 2,6 mm de espesor.
Se compara dicho espesor con el de un pañuelo de hilo o la cáscara fina de una fruta, como una manzana, una pera o una papaya. Todos estos estudios permiten el desarrollo de la neurociencia que, a su vez, no dejan acceder a cómo funciona el cerebro humano vivo para ampliar las gamas de estudios del Neuromarketing y el Neuroliderazgo.
A pesar de su reducido tamaño, solamente en esta parte del cerebro se calcula que hay aproximadamente treinta mil millones de neuronas que constituyen una red que tiene aproximadamente un trillón de enlaces.
En lo funcional, la corteza incluye áreas motrices, somestésicas (sensibilidad corporal, como la que procede de la piel y los músculos), áreas del lenguaje, áreas relacionadas con los sentidos (visual, olfativa, auditiva y gustativa) y áreas de asociación que integran la información. Entre éstas últimas están las áreas de asociación motriz y las que se ocupan de relacionar e interpretar información que ingresa a través de los sentidos.
Estas áreas intervienen en las funciones cognitivas más elevadas. Por ejemplo, el área de asociación ubicada en el lóbulo prefrontal está relacionada con la planificación y el pensamiento abstracto, mientras que en el lóbulo parietal tenemos zonas que utilizamos para leer y hablar.
La corteza es una de las más extraordinarias creaciones de la naturaleza. No solo por las funciones que desempeña, sino por el proceso que sigue durante su formación: en el período inmediato posterior a la gestación, el cerebro y la médula espinal se parecen a un diminuto tubo que se va expandiendo con el objetivo de formar el cerebro.
Como es muy grande con relación al tamaño del cráneo, la corteza se va plegando sobre sí misma a medida que va creciendo. Estos pliegues y circunvoluciones le dan un aspecto arrugado y forman las regiones anatómicas en las que ha sido subdividida para poder estudiarla: el lóbulo parietal, el lóbulo temporal, el lóbulo occipital y el lóbulo frontal.
Los lóbulos cerebrales
Cada lóbulo tiene áreas funcionales y asociativas, estas últimas son las que diferencian al cerebro humano del de otras especies, ya que se ocupan de las funciones mentales superiores, como el pensamiento, el razonamiento, la creatividad, la formación de conceptos, etcétera.
Si bien en cada lóbulo hay zonas que desempeñan funciones específicas, existe una gran interacción entre ellas, si hacemos trekking en una montaña, los movimientos se definen en el lóbulo frontal, que se ocupa del razonamiento, la planificación de la conducta y la toma de decisiones, incluso del autocontrol emocional.
Asimismo, necesitamos la intervención del lóbulo parietal (que además de funciones sensitivas y asociativas, se ocupa de lo visuoespacial), del lóbulo occipital (para poder ver por dónde nos movemos) y de los lóbulos temporales (para registrar los sonidos del entorno).
Si bien se han delimitado áreas diferenciadas, como las especializadas en recibir y procesar información sensorial y motriz, lo cierto es que el cerebro funciona mediante una red de interrelaciones que forman una unidad y aunque la base biológica que determina algunas diferentes funciones de la mente tenga una localización específica, como ocurre con el habla y la visión, se comporta como un todo unificado. Esta complejidad hace que el estudio del sistema nervioso humano sea tan complicado y, a la vez, tan apasionante.
Una de las creaciones más maravillosas del universo: el cerebro, no es precisamente algo bonito cuando podemos observarlo en vivo y en directo, es una masa gelatinosa rodeada por un líquido denominado cefalorraquídeo cuya función principal es sostenerlo y protegerlo y cuando se le extrae, se observa un tejido de color gris rosáceo.
Este tejido está compuesto por millones de células nerviosas que se conectan formando las redes que controlan todas las funciones de la mente.
Si tuvieras oportunidad de estar presente en una clase de anatomía cerebral, verías claramente que el cerebro está dividido en dos partes, que se denominan hemisferio izquierdo y hemisferio derecho, unidas por una estructura que se conoce como cuerpo calloso.
El cuerpo calloso actúa como un puente de comunicación entre ambos hemisferios: es imprescindible para que la información del hemisferio izquierdo pueda ser utilizada por el derecho, y viceversa. La superficie de ambos hemisferios está cubierta por la corteza cerebral, que es una pequeña capa que promedia los 2,6 mm de espesor.
Se compara dicho espesor con el de un pañuelo de hilo o la cáscara fina de una fruta, como una manzana, una pera o una papaya. Todos estos estudios permiten el desarrollo de la neurociencia que, a su vez, no dejan acceder a cómo funciona el cerebro humano vivo para ampliar las gamas de estudios del Neuromarketing y el Neuroliderazgo.
A pesar de su reducido tamaño, solamente en esta parte del cerebro se calcula que hay aproximadamente treinta mil millones de neuronas que constituyen una red que tiene aproximadamente un trillón de enlaces.
En lo funcional, la corteza incluye áreas motrices, somestésicas (sensibilidad corporal, como la que procede de la piel y los músculos), áreas del lenguaje, áreas relacionadas con los sentidos (visual, olfativa, auditiva y gustativa) y áreas de asociación que integran la información. Entre éstas últimas están las áreas de asociación motriz y las que se ocupan de relacionar e interpretar información que ingresa a través de los sentidos.
Estas áreas intervienen en las funciones cognitivas más elevadas. Por ejemplo, el área de asociación ubicada en el lóbulo prefrontal está relacionada con la planificación y el pensamiento abstracto, mientras que en el lóbulo parietal tenemos zonas que utilizamos para leer y hablar.
La corteza es una de las más extraordinarias creaciones de la naturaleza. No solo por las funciones que desempeña, sino por el proceso que sigue durante su formación: en el período inmediato posterior a la gestación, el cerebro y la médula espinal se parecen a un diminuto tubo que se va expandiendo con el objetivo de formar el cerebro.
Como es muy grande con relación al tamaño del cráneo, la corteza se va plegando sobre sí misma a medida que va creciendo. Estos pliegues y circunvoluciones le dan un aspecto arrugado y forman las regiones anatómicas en las que ha sido subdividida para poder estudiarla: el lóbulo parietal, el lóbulo temporal, el lóbulo occipital y el lóbulo frontal.
Los lóbulos cerebrales
Cada lóbulo tiene áreas funcionales y asociativas, estas últimas son las que diferencian al cerebro humano del de otras especies, ya que se ocupan de las funciones mentales superiores, como el pensamiento, el razonamiento, la creatividad, la formación de conceptos, etcétera.
Si bien en cada lóbulo hay zonas que desempeñan funciones específicas, existe una gran interacción entre ellas, si hacemos trekking en una montaña, los movimientos se definen en el lóbulo frontal, que se ocupa del razonamiento, la planificación de la conducta y la toma de decisiones, incluso del autocontrol emocional.
Asimismo, necesitamos la intervención del lóbulo parietal (que además de funciones sensitivas y asociativas, se ocupa de lo visuoespacial), del lóbulo occipital (para poder ver por dónde nos movemos) y de los lóbulos temporales (para registrar los sonidos del entorno).
Si bien se han delimitado áreas diferenciadas, como las especializadas en recibir y procesar información sensorial y motriz, lo cierto es que el cerebro funciona mediante una red de interrelaciones que forman una unidad y aunque la base biológica que determina algunas diferentes funciones de la mente tenga una localización específica, como ocurre con el habla y la visión, se comporta como un todo unificado. Esta complejidad hace que el estudio del sistema nervioso humano sea tan complicado y, a la vez, tan apasionante.