El término espiritualidad tiene varias interpretaciones que dependen del contexto en el que se le sitúe.
El más común es de origen religioso e involucra el vínculo de una persona o un conjunto de personas con un Dios o una divinidad en particular.
En lo individual, suele decirse que una persona es espiritual cuando tiene una gran sensibilidad, fundamentalmente hacia el prójimo, y minimiza el valor de los bienes materiales o, directamente, no le interesan.
Para algunas corrientes filosóficas, la espiritualidad involucra una especie de contraste entre materia y espíritu, es lo que ilumina al sujeto proporcionándole una gran paz interior tanto en su forma de vivir como en la búsqueda de la verdad.
En el contexto en el que aquí lo situaremos: el de las organizaciones y los negocios, el término espiritualidad involucra una reinterpretación de la economía, la empresa y la sociedad que pone al ser humano como centro y se caracteriza por la búsqueda de aplicaciones superadoras en materia de valores, dado que éstos deben trascender la inmediatez de sus circunstancias y su tiempo presente.
El respeto por el otro, el trato amable, la decencia en los negocios y todas las acciones que conducen a la buena convivencia tienen un efecto multiplicador. Al repercutir en otros ámbitos, principalmente en la familia y la sociedad, influyen en el bienestar general, individual y colectivo, generando una especie de onda expansiva que proyecta positivamente en forma horizontal y también hacia el futuro.
En líneas generales, el tipo de espiritualidad al que me refiero no se aleja mucho de los preceptos religiosos ni de los filosóficos, ya que se trata de ubicar al mundo del trabajo y a otros tipos de convivencia entre hombres y mujeres en un marco virtuoso que abarque las dimensiones material, mental y espiritual del ser humano.
La necesidad de focalizar en el ser humano: fundamentaciones científicas
Si bien las nuevas corrientes, como el neuromanagement y el neuroliderazgo promueven la ética, el buen trato y el respeto por el otro como núcleo de una gestión de recursos humanos de avanzada, desde las corrientes de espiritualidad lo que se busca es siempre algo que vaya más allá de los objetivos empresariales:
Cuanto mejor sea el ser humano como, mejor será la sociedad en la que vive, y mejores sus vínculos con su familia y su entorno. Cuando se habla de felicidad en las empresas, se habla de la generación de ámbitos de trabajo cuyos integrantes se sientan bien y disfruten de su actividad.
Ello produce la activación de los sistemas de recompensa del cerebro, provocando una mayor identificación con la organización en la que se desempeñan. Consecuentemente, aumenta su motivación, se potencian sus capacidades de creatividad e innovación y, al finalizar la jornada, regresan bien a sus hogares.
Esto último es muy importante porque cuando las personas no tienen el cerebro contaminado por el malestar laboral están mejor con ellas mismas y con los demás, disfrutan con su familia, con las actividades personales que realizan (el deporte, el teatro, el cine o cualquier otro tipo de esparcimiento) y al día siguiente o luego del fin de semana regresan bien a su trabajo.
Ello exige, en primer lugar, poner el foco en los opuestos, es decir, en todo aquello que debe minimizarse en las convivencias laborales, comenzando por acciones u omisiones que generen frustración, rabia y angustia por injusticias, temas que encabezan los listados cuando se analizan los males típicos de las organizaciones modernas.
De hecho, las ciencias neuroempresariales han demostrado en más de una oportunidad que la recompensa monetaria que recibe una persona por su trabajo no es la primera causa que la motiva, sino el buen trato y el placer por lo que se hace.
El término espiritualidad tiene varias interpretaciones que dependen del contexto en el que se le sitúe.
El más común es de origen religioso e involucra el vínculo de una persona o un conjunto de personas con un Dios o una divinidad en particular.
En lo individual, suele decirse que una persona es espiritual cuando tiene una gran sensibilidad, fundamentalmente hacia el prójimo, y minimiza el valor de los bienes materiales o, directamente, no le interesan.
Para algunas corrientes filosóficas, la espiritualidad involucra una especie de contraste entre materia y espíritu, es lo que ilumina al sujeto proporcionándole una gran paz interior tanto en su forma de vivir como en la búsqueda de la verdad.
En el contexto en el que aquí lo situaremos: el de las organizaciones y los negocios, el término espiritualidad involucra una reinterpretación de la economía, la empresa y la sociedad que pone al ser humano como centro y se caracteriza por la búsqueda de aplicaciones superadoras en materia de valores, dado que éstos deben trascender la inmediatez de sus circunstancias y su tiempo presente.
El respeto por el otro, el trato amable, la decencia en los negocios y todas las acciones que conducen a la buena convivencia tienen un efecto multiplicador. Al repercutir en otros ámbitos, principalmente en la familia y la sociedad, influyen en el bienestar general, individual y colectivo, generando una especie de onda expansiva que proyecta positivamente en forma horizontal y también hacia el futuro.
En líneas generales, el tipo de espiritualidad al que me refiero no se aleja mucho de los preceptos religiosos ni de los filosóficos, ya que se trata de ubicar al mundo del trabajo y a otros tipos de convivencia entre hombres y mujeres en un marco virtuoso que abarque las dimensiones material, mental y espiritual del ser humano.
La necesidad de focalizar en el ser humano: fundamentaciones científicas
Si bien las nuevas corrientes, como el neuromanagement y el neuroliderazgo promueven la ética, el buen trato y el respeto por el otro como núcleo de una gestión de recursos humanos de avanzada, desde las corrientes de espiritualidad lo que se busca es siempre algo que vaya más allá de los objetivos empresariales:
Cuanto mejor sea el ser humano como, mejor será la sociedad en la que vive, y mejores sus vínculos con su familia y su entorno. Cuando se habla de felicidad en las empresas, se habla de la generación de ámbitos de trabajo cuyos integrantes se sientan bien y disfruten de su actividad.
Ello produce la activación de los sistemas de recompensa del cerebro, provocando una mayor identificación con la organización en la que se desempeñan. Consecuentemente, aumenta su motivación, se potencian sus capacidades de creatividad e innovación y, al finalizar la jornada, regresan bien a sus hogares.
Esto último es muy importante porque cuando las personas no tienen el cerebro contaminado por el malestar laboral están mejor con ellas mismas y con los demás, disfrutan con su familia, con las actividades personales que realizan (el deporte, el teatro, el cine o cualquier otro tipo de esparcimiento) y al día siguiente o luego del fin de semana regresan bien a su trabajo.
Ello exige, en primer lugar, poner el foco en los opuestos, es decir, en todo aquello que debe minimizarse en las convivencias laborales, comenzando por acciones u omisiones que generen frustración, rabia y angustia por injusticias, temas que encabezan los listados cuando se analizan los males típicos de las organizaciones modernas.
De hecho, las ciencias neuroempresariales han demostrado en más de una oportunidad que la recompensa monetaria que recibe una persona por su trabajo no es la primera causa que la motiva, sino el buen trato y el placer por lo que se hace.