Me sumerjo en la lectura de un experimento que me atrapa desde su título: el trabajo en equipo empieza en el cerebro; la actividad cerebral en hombres y mujeres es distinta cuando se trata de cooperar.
La investigación sobre este tema es algo que me apasiona, hasta el punto de convertirse en la inspiración para uno de mis libros: Neuroliderazgo femenino.
Todo comienza y se desarrolla en el cerebro, cuando este órgano deja de funcionar, se acaba la vida. Lo relevante para mi trabajo actual es descubrir por qué ellas y ellos piensan, sienten y actúan de manera distinta. Dónde está el origen neurobiológico de sus diferencias, aun cuando sabemos que debido al fenómeno de la neuroplasticidad varias zonas del cerebro son moldeadas por la cultura y el estilo de vida, del cual el trabajo es un engranaje fundamental.
El experimento que cito al principio, realizado en la prestigiosa Universidad de Stanford, concluyó en que la actividad del cerebro masculino es distinta del femenino cuando se trata de cooperar, y ello no se debe a una razón filosófica o moral, simplemente, y al margen de los valores que cada ser humano ha adquirido, hay situaciones en las que este órgano funciona distinto según el género.
Para llegar a estas conclusiones, estudiaron el cerebro de alrededor de 110 parejas de participantes (del mismo o diferente sexo) que se ubicaron en computadoras enfrenta-das.
Cada integrante debía presionar una tecla en forma simultánea cuando cambiaba la imagen que aparecía en pantalla (relacionada con la tarea de cooperar).
Se observó lo siguiente:
En los equipos masculinos se sincronizaba principalmente la corteza prefrontal, asociada a la planificación de las acciones y a la expresión de la personalidad. Esta zona del cerebro tiene, a su vez, un rol crucial en la toma de decisiones y en la adecuación del comportamiento, dado que coordina pensamientos y acciones.
En los equipos femeninos se observaron patrones de activación similares en el lóbulo temporal, relacionado con el procesamiento conceptual y la interpretación de lo que nos afecta emocionalmente (esta estructura también está involucrada en tareas visuales complejas, como el reconocimiento de rostros, la audición y el lenguaje).
Los especialistas de la Universidad de Stanford llegaron a la conclusión de que estas activaciones contribuyen a explicar por qué la predisposición de la mujer es diferente a la del hombre para cooperar según la situación.
Por ejemplo, cuando se trataba de “cooperar para la acción”, las parejas que contenían al menos un macho dieron como resultado mayor cooperación que las integradas por dos mujeres. Este caso se explica por la historia evolutiva: el hombre desempeñó durante siglos actividades relacionadas con la caza y la guerra.
Complementando los resultados de esta investigación con los de otras realizadas anteriormente, llegamos a conclusiones similares en cuanto a la diferencia en el modo de responder según el caso.
Por ejemplo, cuando la situación se caracteriza por una angustia personal que impide al integrante de un equipo concentrarse (casos de divorcios, pérdidas económicas o problemas personales importantes), la mujer supera al hombre en la predisposición para cooperar. Ello se debe a que su cerebro está mejor estructurado para la empatía emocional (que es una condición imprescindible para comprender al otro y ponerse en su lugar).
En realidad, varias investigaciones han demostrado que las mujeres son más empáticas que los hombres y nacen especialmente dotadas para el desarrollo de habilidades socia-les y de comunicación. Ambas características les permiten “captar” lo que le ocurre a un compañero, ponerse a la par y ayudarlo.
Estos conocimientos que la neurociencia pone al alcance de todos constituyen una valiosa oportunidad para que las organizaciones comprendan la importancia de formar equipos heterogéneos, integrados por hombres y mujeres que, además de las habilidades cognitivas y emocionales que requiera el puesto que van a ocupar, demuestren su capacidad de cooperación. En algunos países, los primeros tres meses “a prueba” que facilitan las legislaciones vigentes permiten observar el desempeño de una persona en su ámbito real de trabajo. En otros, es suficiente con recurrir a un conjunto de técnicas desarrolladas por la neuropsicología para inferir su comportamiento futuro.